Todos conocemos el poder transformador del fuego, pero si ahora tenemos electricidad en casa, ¿por qué seguimos comprando velas? Es muuuuy raro que se nos vaya la luz… y seamos honestos: en el peor de los casos desbloqueamos el celular y/o encendemos la linterna del mismo y alumbramos el camino.
Entonces, ¿qué utilidad tienen las velas? ¿Por qué las colocamos sobre una torta/cupcake/postre/algo para soplarla(s) cuando cumplimos un año más? ¿Por qué las utilizamos también al final de la vida, para despedirnos y velar a alguien? ¿Por qué tienen tanto significado en nuestra memoria emocional? ¿Por qué hay momentos en los que queremos luz pero no lo suficientemente fuerte como para ver toda la habitación sino lo justo y necesario para no estar en la total oscuridad?
¿Por qué encendemos algunas (mejor si son aromáticas) mientras escuchamos música, tomamos un tecito y… todo se torna más calmo y llevadero? ¿Por qué cuando no sabemos qué más hacer, encendemos una vela… como si aquello fuera el inicio del diálogo con fuerzas superiores, como si representara una señal de ayuda o el preámbulo de una oración sincera, de esas en las que ora el alma? ¿Por qué una sola cosa tiene tantos significados, momentos de uso y produce sensaciones tan polares? Desde esperanza hasta resignación… desde felicidad y la emoción del compartir con quienes más queremos… hasta el profundo dolor del inicio del duelo.
Nuestra relación con el fuego permanece. Y cada uno le otorga un valor de acuerdo a cada momento. No compramos una vela, lo que realmente estamos adquiriendo es lo que producirá cuando -ahora o más adelante- la encendamos: felicidad, celebración, esperanza, resignación, compañía, calma, señal de ayuda, penumbra, conexión con algo más grande, el inicio de una transformación… o una despedida.